domingo, 14 de junio de 2015

LEYENDA CHEROKEE DE LA PEQUEÑA LADRONA DEL FUEGO


 
En la antigüedad más remota, antes de que existiera el hombre, sólo eran en el universo dos mundos: el Superior y el Inferior. El Mundo Medio no había sido edificado y por tanto en el cosmos solamente anidaban la bondad y el desinterés. Ni ninguna clase de vida, ni por supuesto la animal, que es la que llegó primero ala informe y oscura Tierra.

Los animales convivían en el Mundo Superior con los seres puros y extraordinarios que más tarde adquirieron la categoría de dioses por las hazañas y realizaciones que llevaron a cabo en beneficio de todas las demás criaturas que ellos crearon y que siempre consideraron ellos mismos como entes inferiores porque eran limitadas en sus poderes.

Con el tiempo, las grandes aves, tanto las de plumaje precioso como aquellas que lo tenían más común y menos vistoso, las culebras, los insectos, los grandes y pequeños roedores, los mamíferos, los que cantaban, trinaban, rugían o bramaban, es decir, todos los animales se multiplicaron con tanta fuerza que el mundo en que habitaban, el Superior, resultó ya pequeño para contenerlos a todos en su seno. Ello causó una gran desazón que se pudo convertir en crispación entre sus habitantes, porque en él no había espacio suficiente para que todos pudieran vivir en paz. La insatisfacción se hizo general y los animales más nobles y más inteligentes decidieron en asamblea secreta que había que buscar sin demora solución a sus problemas de espacio y encontrar un nuevo hogar donde instalarse con comodidad y desahogo.

Escarabajo de Agua ofreció su colaboración, diciendo en medio del consejo de los animales:

—Yo, debido a mis condiciones especiales acuáticas, me comprometo a explorar el Mundo Inferior.
Los otros aceptaron encantados diciendo:

—Ve y sumérgete en ese deleznable y aún indefinido mundo, porqué, aunque así sea, nosotros, todos nosotros, necesitamos más extensión para vivir medianamente satisfechos.

—Yo, Escarabajo de Agua, visitaré las profundidades oscuras y odiadas de ese lugar lúgubre e ínfimo y retornaré, con la ayuda de Alguien Poderoso, al pie de esta congregación con el mensaje ignoto de las profundidades.

En aquellos lejanísimos tiempos, arcaicos y difuminados sobre los albores inciertos y traidores del universo, el Mundo Inferior estaba formado por un tremendo, proceloso e ignoto océano de aguas bullentes.

Escarabajo de Agua se lanzó, desde lo alto del Mundo Superior, a las olas negras que rompían en las esquinas pétreas de las márgenes del mar y sobre los troncos abandonados a la deriva y semipodridos de árboles que cayeron desde el arriba privilegiado. El voluntario buceó en las profundas aguas del océano y bajó y bajó constantemente hasta que pudo alcanzar el fondo del mismo. En él posó sus pies encima del légamo blando que cubría la orografía abismal.





Escarabajo de Agua, una vez tocado el fondo y casi sin descansar, ascendió por las turbulentas aguas hasta la superficie del siniestro mar y luego se izó hasta el Mundo Superior, donde le esperaban sus amigos y compañeros que trataban de resolver el problema de espacio que necesitaban para vivir con dignidad.

Ante el consejo de animales expresó:

—He hallado la solución a nuestra inquietud, y mostró ufano sus patas llenas de un barro blando y abundante.

Los otros, al verlo, le preguntaron:

—¿De qué se trata?
—Es barro, y barro blando, que se halla en el fondo del Mundo Inferior —contestó.

—Eso ya lo sabemos —le dijeron y seguidamente le preguntaron con gran curiosidad—: Pero ¿eso qué significa?

Escarabajo de Agua repuso con cierto nerviosismo:
—No entendéis nada o casi nada.
—¿Qué quieres decir?

El buceador contestó:

—¿Es qué no podéis ver en esto —mostró sus patas manchadas de cieno— el principio de nuestra gran solución?

Los demás quedaron atónitos, desconcertados, porque no comprendían las palabras del compañero que expusiera su vida en beneficio de todos.

—Es que... —balbucieron sin saber muy bien por qué lo hacían.

Escarabajo de Agua los reunió a todos y les explicó:

—Este barro que tengo sobre mi cuerpo vosotros lo veis como una suciedad, pero en realidad es un auténtico principio de vida, el milagro que me va a permitir, con la asistencia de Alguien Poderoso, edificar un nuevo mundo para que todos nosotros lo habitemos con holgura.

La alegría y el regocijo cundió entre los presentes, extendiéndose al resto de la población animal que vivía sórdidamente en aquel paraíso que se les estaba quedando pequeño.

El voluntario buceador, disponiéndose a llevar a cabo la continuación de su hazaña, expresó:
—Vuelvo otra vez al Mundo Inferior, amigos, y cuando regrese, si es que lo hago, habré construido un nuevo mundo, una enorme isla en la que nos hemos de instalar.

Escarabajo de Agua se lanzó desde las alturas del Mundo Superior a las tenebrosas y rugientes aguas del océano, y se perdió de la vista de sus compañeros que, egocéntricos, estaban contentos de que fueran otros quienes les resolviera sus problemas. Pero no sólo no estuvieron satisfechos con la acción del valiente compañero sino que, en medio de su comodidad y hedonismo, comenzaron a dudar del éxito que pudiera obtener con su riesgo. Incluso entre ellos se decían:

—Nunca lo va a lograr. Si ha de construir un Mundo nuevo transportando poco a poco el lodo que lleva en sus patas, primero nos sobrevendrá el desánimo y el abandono que veremos con nuestros ojos el lugar que nos prometió.

Mientras estos animales criticaban la actitud optimista y decidida de Escarabajo de Agua, éste, situado encima de un tremendo y retorcido tronco de roble que flotaba bamboleante sobre las negras olas del mar, dedicaba sus esfuerzos a construir con el barro que sacaba de entre los dedos de sus patas, que nunca se acababa, un gran montículo que con paciencia y tesón "se convirtió en la isla del Mundo Medio".

El héroe retornó al Mundo Superior y mostró a sus congéneres la magnificencia de su obra, solicitando de ellos que accedieran trasladarse a la isla que había sido especialmente construida para que la disfrutaran.

—Primero la hemos de ver —dijeron.

Fueron juntos a visitarla, la inspeccionaron detenidamente y, al percatarse de que aún la consistencia del barro con que fuera hecha era blanda, dijeron poseídos de un falso orgullo que no demostraba más que ignorancia en sus palabras:

—Nosotros en masa rehusamos la oferta que nos haces para trasladarnos a este inseguro Mundo Medio hasta que el barro con que fue construido esté seco del todo y su firmeza sea como la de la roca dura que se agarra con fuerza a las entrañas de la tierra.

Escarabajo de Agua quedó pensativo y preocupado ante aquella actitud desairada que mantenían los otros animales frente a él y sus esfuerzos, y humillándose ante ellos les preguntó con modestia y servilismo:

—¿Y qué podemos hacer para que la isla se consolide como un peñón en medio del mar?

Ellos repusieron:

—Acelerar su secado...

Pero uno de los presentes dijo:

—Ese Mundo hecho de barro y sumergido en todo momento entre las aguas no va a secar jamás y me temo —se dirigió al valiente buceador y constructor de la isla— que tus esfuerzos habrán sido vanos. La estrechez en que vivimos en este Mundo Superior creo que será más bonancible que el remojarnos constantemente nuestras patas y nuestros traseros en las procelosas e inseguras aguas negras del océano.

Escarabajo de Agua, al que no le parecía eso tan malo porque a él le gustaba vivir en un ambiente de humedad, quedó desazonado, desanimado, porque veía cómo sus ilusiones y sus esfuerzos se desvanecían a su alrededor como si se tratase del humo de una hoguera.

Uno de los animales más viejos que componían el consejo, compadeciéndose del héroe al verlo tan abatido y triste, levantó la voz para que se le oyese y dijo:

—¡Id y buscad a Gran Buitre y que se presente ante este consejo con urgencia!

Una ave corredora salió del lugar como una exhalación en busca del gran pájaro de rapiña para comunicarle el encargo. Mientras, los demás se acercaban al que diera la orden para averiguar y escuchar la explicación de la ocurrencia que había tenido.

—¿Qué vas a hacer? —preguntaron.

Él se dirigió a Escarabajo de Agua y le dijo:

—Uno de éstos —y señaló a los presentes— ha dicho que había que acelerar el secado de la isla del Mundo Medio...

—Sí... —afirmaron sin mucho convencimiento.

—... pues eso es lo que pienso hacer.

En medio de esta conversación llegó Gran Buitre que, inclinándose ante los animales del consejo, preguntó:

—¡Aquí estoy! ¿Qué queréis de mí?

El animal viejo al que se debía el plan enigmático que nadie conocía díjole:

—¡Queremos tu ayuda, sólo eso!

Gran Buitre preguntó:

—¿Qué debo hacer?

El animal viejo le ordenó:

—Extiende tus alas.

El gran pájaro obedeció y sus alas cubrieron todo el espacio visible que se abría ante ellos.

Su mandatario le volvió a ordenar:

—¡Bate tus alas!

La enorme rapaz bazuqueó sus alones extendidos, sus robustos brazos cubiertos de grandes y pulidas plumas, los batió con tanta fuerza que la corriente de aire que generó tuvo tanta intensidad que arrancó árboles de sus troncos y arrastró hasta la lejanía los cuerpos de los animales más débiles.

—¡Detén tu afán!

Gran Buitre obedeció y quedó quieto, silencioso, en el lugar que estaba, esperando, con cara de lerdo, una nueva orden de aquel que, por lo visto, mandaba en el reducto exclusivo de animales.

El más viejo de ellos, que llevaba la voz cantante, le mandó:

—¡Extiende tus alas, bátelas con fuerza y desciende al Mundo Inferior sobre cuyas aguas hallarás una gran isla de barro; sitúate sobre ella, cúbrela con tu envergadura y no pares de agitar tus alas hasta que el barro se convierta en terracota sólida y duradera que nos permita pisarla, habitar el Mundo Medio con seguridad!

Gran Buitre siguió al pie de la letra los mandatos que le hiciera el consejo de animales. En las distintas pasadas que hacía la rapaz "a veces volaba tan bajo que sus grandes alas golpeaban el barro blando, creando valles y grandes montañas", que un día se convertirían propiamente en la Tierra.

Cuando ya el Mundo Medio estuvo en condiciones, los animales descendieron del Mundo Superior para vivir en él y se dieron cuenta que...

—...la Tierra permanece en la oscuridad.

La luz no existía, la gran isla del Mundo Medio estaba sumida en la penumbra.

—Hay que tomar la luz que existe en abundancia en el Mundo Superior y trasladarla a la Tierra —dijeron

Y "tomaron el Sol del Mundo Superior para que les proporcionara luz".

"Los animales tuvieron dificultades en determinar la distancia entre el Sol y el suelo, y descubrieron la posición correcta después de siete intentos."

Acudieron a Alguien Poderoso para que fuese en su auxilio y les concediera el beneficio de transportar el Sol a la Tierra. Aquél tuvo compasión de ellos, los comprendió y les prometió:

—Os concedo a todos los habitantes de la Tierra que cada día se abra por dos veces la gran bóveda de piedra del cielo. Una para permitir al sol entrar en la Tierra "y otra al anochecer cuando el Sol se va".

No obstante el privilegio que concedió Alguien Poderoso a la comunidad de animales terrestres, las noches en aquella isla del Mundo Medio resultaban frías y la Luna, que brillaba en lo alto del Mundo Superior, no daba calor ni frío.

Todos los animales, ateridos y temblorosos porque no conseguían que el calor llenase sus cuerpos, se vieron obligados a recurrir de nuevo a sus parientes que habían quedado en el Mundo Superior y, sollozando, les requerían:

—Por favor, hermanos, amigos, familiares, allegados, venid en nuestro auxilio. Un día abandonamos el hogar en que nacimos, para que nos beneficiáramos todos con esta bonanza del espacio suficiente y hemos quedado atrapados aquí, en este Mundo Medio, sumidos en la tristeza y el helor de la noche. ¡Acudid en nuestro socorro o todos moriremos de frío! Porque vivimos en esta gran isla como desterrados, como si vosotros, desde el cielo, nos hubieseis condenado.

Los parientes se compadecieron de ellos y desde su Mundo Superior les enviaron una gran tormenta.

Los animales desgraciados vieron con sus propios ojos cómo un gran rayo centelleante salió del Mundo Superior y restallando como un látigo sobre sus cabezas caía sobre el tronco semipodrido de un sicómoro hueco, golpeándolo con tal fuerza que lo lanzó muy lejos, cayendo sobre las aguas.

Sus parientes les habían enviado el fuego.

El tronco de sicómoro ardía sin consumirse, pese a que lo hacía sobre las aguas tenebrosas del océano.

Los animales contemplaban la gran llama anaranjada y humeante que emergía de las aguas. Desalentados y ateridos, se preguntaron entre ellos:


—¿Quién ira a rescatar el fuego?

Los animales conferenciaron como siempre solían hacer cuando aparecía algún inconveniente e insatisfacción en sus vidas.

Cuervo se ofreció para cumplir la misión de recuperar el fuego:

—Soy ágil y astuto. Volaré sobres las aguas y os traeré la tea ardiente con que calentaremos nuestros cuerpos gélidos.

Era el tiempo en el cual este pájaro tenía las plumas blancas.

Todos aceptaron el ofrecimiento y quedaron viendo partir al amigo que les iba a salvar de aquella condenación helada. Estuvieron esperando atentamente el regreso de Cuervo. No llegaba y cuando lo hizo quedaron desencantados. No traía con él el fuego. Sin embargo, arribaba con las plumas ennegrecidas por el humo y el calor. Desde entonces el plumaje de esta ave es de un intenso color negro sin brillo, de hollín.

Hubo nuevos ofrecimientos. Primero fue Lechuza y fracasó.

Luego le siguió en su propósito Búho Pululante y le sucedió lo mismo.

A estos dos le siguieron Caballo Negro Pura Sangre y Culebra Negra, que igualmente sufrieron en sus carnes la marca del fuego y no consiguieron sin embargo robar una sola ascua de fuego.

Cuando todo parecía condenado al fracaso se presentó ante la asamblea la pequeña Araña de Agua y dijo a todos ellos:

—Yo seré quien os traiga la brasa ardiente que nos ha de calentar. Todos vosotros os habéis obstinado en conseguirla, pero para ello hay que tener alguna condición más que el simple arrojo y valor.

Los animales quedaron perplejos y admirados, y, aunque desconfiaron de las promesas que les hiciera el pequeño animal acuático, le enviaron a cumplir la misión de hurtar el fuego para no desmoralizarle.

Ante el asombro de todos los animales Araña de Agua, antes de partir, se puso a tejer pacientemente una cazoleta y cuando la tuvo terminada se la colocó sobre sus espaldas y se dispuso a marchar en busca del fuego.

Los animales le preguntaron:

—¿Qué piensas hacer con la cazoleta?

Ella repuso:

—Esconder en su interior el fuego. Dentro de ella lo transportaré. De ese modo el fuego no podrá vencerme con su quemadura que inutiliza. Ésa es la dentellada dolorosa que recibieron en sus carnes mis antecesores.

Efectivamente, Araña de Agua retornó llevando a su espalda el rescoldo de fuego que había de ser el principio de la gran pira que calentó para siempre los hogares de los animales y la gran isla del Mundo Medio que se llamó Tierra.



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